Click here to read this blog in English
“No creo que tus oraciones vayan a funcionar esta vez.”
Aprendizajes y memorias de nuestra visita a una comunidad LGBTQIA+ y sorda en Filipinas.
Karina Vargas Espinoza
Karina Vargas Espinoza es costarricense, educadora, teóloga feminista y bachiller en Psicología de la Universidad Nacional de Costa Rica. Tiene una Maestría en Estudios sobre Violencia Social y Familiar. Actualmente se desempeña como directora de proyecto en Soulforce y como profesora de Teologías de Liberación en la Universidad de Augsburg, MN. Dentro de sus temas de interés están las dinámicas de poder que intervienen en las violencias de tipo espiritual-religioso y los procesos terapéuticos para apoyar a sobrevivientes de estas formas de violencia.
La normalidad, erigida en ideal,
es ciertamente un síntoma.”
J. McDougall
Como Soulforce, dedicamos mucho de nuestro trabajo a la reflexión de una teología liberadora que permita a las personas florecer abundantemente desde sus lugares e identidades. Sin embargo, estamos completamente familiarizadas con formas de religión y espiritualidad que, por el contrario, se dedican a clasificar, excluir y forzar a las personas a prácticas normativas, donde las diferencias y la diversidad se perciben como amenaza. Estas prácticas responden a la visión de mundo que impone la Supremacía Cristiana; una visión de mundo que instrumentaliza y manipula componentes de diversas tradiciones religiosas y espirituales como forma de controlar y castigar a quienes no se ajustan a sus demandas y se atreven a cuestionar sus mecanismos de poder.
En colaboración con la organización Filipino Deaf Vloggers: Facts, Opinions, and Openness (FDVFOO), nuestro equipo facilitó un taller para 60 personas de la comunidad LGBTQIA+ y sorda en Manila. Esta comunidad, que funciona principalmente de forma remota y en línea, permite a las personas filipinas sordas y a lxs miembrxs sordxs internacionales entablar conversaciones sobre cultura, identidad y diversos intereses. La plataforma fomenta el intercambio de experiencias vividas desde las perspectivas únicas de ser sordo y cuir, y proporciona un espacio para conversar sobre desafíos o simplemente compartir opiniones e información que puede ser difícil de encontrar para las personas sordas.
Durante nuestro tiempo juntxs, hablamos sobre la discapacidad, la teología cuir, sus experiencias de vida y a la vez, celebramos su fortaleza, aprendizajes y orgullo de ser y representar tantas intersecciones de identidad a la misma vez. La visita nos permitió compartir algunas reflexiones sobre la forma en que la religión instrumentalizada encaja la diferencia dentro de lo enfermo, lo diabólico, una forma de castigo divino o bien, una señal de “anormalidad”. Queremos compartir en esta entrada lo que nos significó reflexionar sobre temas de teología, identidad y sanidad espiritual en la compañía de este hermoso grupo de personas.
Aquí no es normal que…
Una de las primeras impresiones que recibimos al llegar al espacio de este taller fue la reacción de muchas personas asistentes al asombrarse cuando vieron a nuestra directora entrar al espacio como una pastora LGBTQIA+. En su experiencia, simplemente, “no es normal” encontrar en el ejercicio del poder y la práctica religiosa/espiritual a un perfil que combina estas variables. Una de las participantes expresó: “En Filipinas nunca he visto a una mujer ser pastora y que además sea cuir nos dejó con la boca abierta.” También agregó que esto les hizo sentir empoderadxs, apreciadxs y vistxs.
El culto a la “normalidad” y la “normalización”, junto a sus similares, la patologización y demonización de lo que se etiqueta “anormal”, es otra forma de dispositivo de las hegemonías y los sistemas de poder colonizadores. Como una forma de aparato ideológico, los espacios religiosos pueden reproducir estos valores para promover e imponer los mandatos ideológicos. Se menciona en el estudio de Jacobs (2019), sobre la exploración de los paralelos que viven las comunidades LGBTQIA+ y sordas, cómo “estos valores y prácticas incluyen la heteronormatividad, los sistemas patriarcales que naturalmente resultan en prácticas sexistas, el trato injusto hacia las personas con discapacidad e, históricamente, el racismo.”
La misma autora elabora cómo la experiencia espiritual dentro de estos espacios puede tornarse ambigua, confusa y complejamente violenta ya que si bien “las iglesias se perciben como espacios de amor y libertad, esta experiencia generalmente se limita a personas que se ajustan a la idea social de identidades “normales”, como hombres blancos, cis, heterosexuales y sanos”. Todo esto genera conflictos psicológicos y sociales muy complejos para las personas que los experimentan. Hemos compartido antes sobre la homofobia internalizada tan común en personas LGBTQIA+ que crecen en espacios o familias religiosas, o bien la sensación de anormalidad constante, aún en las personas más resilientes, que conlleva tener que vivir a diario en la contradicción cuando se habla de que Dios nos ama tal y como somos, pero a la vez nos rechaza si no nos adaptamos a los canones de “normalidad” y “sanidad” creados por la Supremacía Cristiana blanca.
Experiencias compartidas de las comunidades cuir y sordas
Existen múltiples puntos de identificación y experiencias compartidas por las comunidades LGBTIQA+ y sordas. Jacobs (2019) problematiza sobre cómo en ambas “las personas que se identifican con lo que podría percibirse como “desviado” o diferente a lo que se considera “normativo” comienzan a sentirse “otrxs”, marginadas y solas.” Se enfatiza también en esta investigación que en la misma forma en que las personas LGBTIQA+ son consideradas “anormales” por no ajustarse a la práctica heteronormativa, las personas sordas también son vistas como “anormales” por tener la incapacidad de oír, ya que la audición es un estado normativo del ser, según la mayoría oyente.” La comunidad de Manila es portadora de ambas identidades, lo que significa que sus experiencias a menudo se multiplican exponencialmente a través de opresiones entrelazadas.
Para Healy (2007), en un estudio sobre el impacto del tratamiento separatista de las diferencias que reciben personas de las comunidades LGBTIQA+ y sordas por parte de las iglesias cristianas, esta imposición de calzar en la expectativa cultural ha provocado que de alguna forma, estas comunidades hayan históricamente intentando “ganarse” el respeto intentando demostrar “su normalidad, medida por la similitud con la cultura dominante.” Además agrega que en este doloroso e injusto camino “ambos grupos han descubierto que en realidad están reforzando las demonizaciones y patologizaciones que esa cultura hace de sus diferencias.”
En cuanto al imaginario religioso, Healy (2007) también concluye que se utilizan múltiples afirmaciones y categorizaciones para ambos grupos con el fin seguir patologizando la diferencia. Esto puede verse en las maneras en que no empatar con lo “normal” o “normativo” es visto como defecto. Se habla de quienes se identifican como LGBTIQA+ como quienes “viven en pecado” y también “se refieren al SIDA como un castigo divino por la inmoralidad sexual, mientras que las personas oyentes en siglos pasados veían la sordera como una forma similar de retribución divina.”
Juicios, etiquetas, imposición de manos y oraciones no solicitadas
Es común que se siga echando mano de interpretaciones de la Biblia para querer justificar la práctica de orar para que quienes son vistos como defectuosos y afligidos sean sanados. Estas interpretaciones, como se explica en Jacobs (2019), han perpetuado la idea de que, por ejemplo, el no escuchar o ver sea asociado a la consecuencia de una “falla moral por parte de quien la sufre”. De la misma manera, la diversidad sexual es vista por muchos grupos como un pecado, un castigo o una falla en la crianza de una persona. De la mano esto se espera que por ser entendidos como pecados, consecuencias, fallas o castigos, las personas etiquetadas con tales “manchas” y “padecimientos” deban querer que esto acabe o cambie en sus vidas, aún y cuando puedan expresar exactamente lo contrario.
De alguna manera, se infantiliza a estos grupos al suponer que si por ellxs mismos no buscan su “sanidad” o “perdón”, otros tendrán que llevarles allí y hasta forzarles con diversas formas de violencia espiritual, física, sexual y psicológica para que lo hagan. Este rol es asumido por muchas autoridades religiosas, que se sienten en la libertad de poner sus manos sobre estos cuerpos sin necesidad de que medie la voluntad o consentimiento de las personas directamente afectadas. “Es posible que algunos feligreses no consientan la imposición de manos, pero se les puede decir que aceptar la membresía en una iglesia implica la aceptación de sus prácticas y ritos. Esto dificulta que quienes han sido víctimas de violencia y abuso sexual puedan clasificar estos actos como abuso.” (Jacobs, 2019).
Muchas de las personas que asistieron a nuestro taller en Filipinas, nos relataron cómo era constante en su experiencia de vida que familiares como sus abuelas les llevaran a espacios religiosos donde otras personas oyentes (es su entendimiento “sanas”) pudieran orar por ellxs para dejar de ser sordxs. La misma experiencia se ha repetido en cuanto a personas LGBTIQA+, cuando de un pronto a otro, una persona heterosexual se acerca para orar, con o sin consentimiento, para echar a algún demonio o insistir en que la persona reconozca un pecado. Lamentablemente, es una creencia repetida y reproducida que “aquellos que buscan provocar cambios tanto en las personas sordas como en las LGBTIQA+ realmente creen que están realizando actos de bondad.” (Healy 2007)
La posibilidad de una teología que celebra la diversidad y afirma la belleza en lo que otrxs patologizan o desprecian.
Como seres humanos listxs para sobrevivir, nuestros sistemas de defensa se activan ante actos de violencia y agresión. Para personas sordas y LGBTIQA+ que en tantas ocasiones han tenido que enfrentar el juicio de su existencia como un problema, y donde constantemente deben navegar las etiquetas de “desviadxs” o “enfermxs”, la soledad y la marginación son un escenario conocido. Los testimonios de las personas participantes del taller una vez más nos dejaron ver que los espacios y personas que, se suponen deben ser más seguros; como el caso de familiares cercanos, madres, abuelas, amigos en nuestras iglesias o líderes espirituales, son las que, aún con sus mejores intenciones, terminan abusando de su confianza y poder.
Sabíamos que organizar un taller sobre de violencia espiritual y abuso religioso, y que además este taller incluyera a alguna persona del liderazgo religioso, despertaría muchas dudas entre personas sobrevivientes y traumatizadas por lo vivido en estos escenarios. Jacobs (2019) explica cómo muchas personas que han atravesado esta difícil experiencia se “sentirán incómodas al regresar al espacio donde vivieron la violencia, y a veces incluso pueden evitar ir a espacios similares, ya que temen ser re traumatizadas por el resurgimiento de malas experiencias anteriores.”
Lxs participantxs comentaban cómo les sorprendió ver a personas que llegaron al taller que no esperaban ver, exactamente por su desconfianza de este tipo de espacios. El ambiente al inicio, como compartió una de las participantes, fue de cierta precaución, observándose unxs a otrxs con los ojos bien abiertos a la espera de qué pasaría. Otra de las participantes compartió que lo que le convenció de ir era saber que no iba a estar sola. Esta misma persona relató cómo en muchas ocasiones estando en espacios asociados a lo religioso sintió una fuerte necesidad de defenderse de las agresiones sin saber exactamente cómo hacerlo, e incluso dudando de sí mismx y de su propia vulnerabilidad.
El recibir afirmación de una figura representativa de la autoridad religiosa y que les inspiraba confianza de una manera empática, hizo que las personas participantes expresaran su posibilidad de confiar y querer seguir explorando su espiritualidad de la mano de una persona que sí puede entenderles, a diferencia de aquellos líderes que insisten en la heteronormatividad y el capacitismo. Una de las personas participantes compartió que el espacio le hizo despertar curiosidad por explorar temas en la Biblia de los que nunca antes había oído hablar, como la diversidad en una creación divina que es cuir y salvaje, y una celebración de la diferencia que no conoce palabras como “pecador” o “dañado”. Estamos sumamente agradecidxs por la confianza y la apertura de la comunidad FDVFOO al compartir de forma tan honesta con nosotrxs y exponer su vulnerabilidad.
Finalmente, podemos también agradecer que el espacio nos permitió compartir momentos donde las personas participantes reconocieron lo bien que se siente que sus identidades sean afirmadas y aceptadas tal y como son. Una de estas historias, y la que dio nombre a esta entrada, es la de unx participante que contó cómo su abuela insistía en orar y orar para que dejara de ser sorda. En sus adentros decía para a su querida abuela: “Lola, no creo que tus oraciones funcionen esta vez y creo que deberías aceptarlo. Soy sorda y estoy orgullosa de serlo. Deberías simplemente aceptarlo. Ser sorda y ser cuir está bien.” ¡Nosotrxs en Soulforce no podríamos estar más de acuerdo!
Bibliografía consultada
Healy, C. (2007). Living on the edge: Parallels between the Deaf and Gay communities in the United States.
Jacobs, J. (2019). The Impact of Christian Churches’ Separatist Treatment of Difference on the Intersectional Identities of LGBTIQA+ and d/Deaf communities in Johannesburg.
McDougall, J. (1982). Alegato por cierta anormalidad. Barcelona, Petrel.
“I don’t think your prayers will work this time.”
Reflections from our time with Deaf LGBTQIA+ community in the Philippines.
Karina Vargas Espinoza
Karina Vargas is Costa Rican, an educator, and feminist theologian. She holds a Psychology degree of the National University of Costa Rica and a Master’s degree in Studies of Social and Family Violence. She currently serves as Project Director at Soulforce, and as professor of Liberation Theologies at the Augsburg University, MN. Among her topics of interest are the power dynamics involved in spiritual-religious violence and therapeutic processes to support survivors of these forms of violence.
“Normality, elevated to an ideal, is certainly a symptom.”
J. McDougall
At Soulforce, much of our work is dedicated to articulating liberating theology that allows people to thrive fully in their own contexts and identities. Unfortunately, what we often find are forms of religion and spirituality that center on classifying, excluding, and forcing people into normative identities, where difference and diversity are seen as threats. These practices follow the worldview imposed by white Christian Supremacy—a worldview that manipulates and exploits components of various Christian traditions to control and punish those who don’t conform or submit to its power structures.
In collaboration with the organization Filipino Deaf Vloggers: Facts, Opinions, and Openness (FDVFOO), our team facilitated a 60-person workshop for the LGBTQIA+ Deaf community in Manila. This mostly on-line community allows Deaf Filipinos and international Deaf members to engage in conversations about culture, identity, and various interests. The platform encourages sharing lived experiences from the unique perspectives of being Deaf and Queer and provides a space to talk about challenges, or to simply share opinions and facts that may be difficult for Deaf folx to find elsewhere. During our time together, we talked through disability and queer theology while celebrating their strength, wisdom, and pride in embodying many intersecting identities at once. Our visit gave us a chance to reflect on how instrumentalized religion frames difference as sickness, evil, a form of divine punishment, or simply a sign of “abnormality.” We want to share a little of what it has meant for us to reflect on theology, identity, and spiritual healing alongside this beautiful group of people.
That’s not normal…
The first impression of our executive director was shock at seeing a Queer pastor in a clergy dress and high heels. In many people’s experience, it’s simply “not normal” to see a faith leader who embodies these identities. One participant expressed: “I’ve never seen a woman pastor in the Philippines, and the fact that she is also queer left us speechless!” They shared that it made them feel empowered, appreciated, and seen.
The idolatry of worshiping that which is considered “normal” while pathologizing and demonizing everything else as “abnormal” is another primary tool of hegemonic and colonial systems of power. The ideological structures of religious spaces reproduce these values to promote and impose these mandates of hegemony. Jacobs (2019), in a study exploring the parallels between Deaf and LGBTQIA+ communities, notes that these “values and practices include heteronormativity, patriarchal systems which naturally result in sexist practices, unfair treatment towards people with disabilities, and historically, racism.”
The same author explains how the spiritual experiences within these spaces can become ambiguous, confusing, and deeply violent because, while “churches are seen as spaces of love and freedom, this experience is generally limited to people who conform to the societal idea of ‘normal’ identities, like white, cisgender, heterosexual, and able-bodied men.” This creates deeply complex psychological and social conflicts for those who live through it. We often write about the internalized homophobia common among LGBTQIA+ people raised in highly religious spaces or families and the constant sense of abnormality—felt even by the most resilient people—that comes with having to live daily in contradiction. The contradiction being that while we’re told God loves us just as we are, we’re also rejected if we don’t fit into the standards of “normality” and “wholeness” created by white Christian Supremacy.
Shared Experiences of Queer and Deaf Communities
There are many points of identity and shared experiences between the LGBTIQA+ and Deaf communities. Jacobs (2019) explores how in both communities, people who identify with what might be seen as “deviant” or different to what is considered “normative” begin to feel “othered”, marginalized, and alone.” The same research highlights that, just as LGBTIQA+ people are seen as “abnormal” for not conforming to heteronormative practices, Deaf people are also viewed as “abnormal” for not being able to hear, since hearing is considered the normative state of being by the hearing majority. The Manila community carry both identities which means that their experiences are often exponentially multiplied through interlocking oppressions.
Healy (2007), in a study on the impact of the separatist treatment of differences that LGBTIQA+ and Deaf communities receive from Christian churches, explains that this imposition to fit cultural expectations has historically led these communities to try to “earn” respect by proving their “normality,” measured by how similar they are to the dominant culture. He adds that, in this painful and unfair process, “both groups have found that they are actually reinforcing that culture’s demonizations and pathologizations of their differences.”
Regarding religious narratives, Healy (2007) also concludes that multiple labels and categorizations are used to pathologize both groups. This can be seen in how failing to align with what is “normal” or “normative” is viewed as a defect. The author describes how LGBTIQA+ people are described as “living in sin,” and HIV/AIDS is referred to as divine punishment for sexual immorality, “while hearing people in centuries past viewed deafness as a similar form of divine retribution or else pitied as victims of a horrible, disfiguring pathology.”
Judgments, Labels, Laying on of Hands, and Unwanted Prayers
It’s a common practice for Christians to use Scripture to justify praying for those they see as ill or possessed, and many times, they are honestly praying that the afflicted person will be healed. As Jacobs (2019) explains, these interpretations have perpetuated the idea that, for instance, being unable to hear or see results from a “moral failing on the part of the sufferer.”
Similarly, sexual diversity is seen by many groups as a sin, a punishment, or a failure in someone’s upbringing. Along with this belief comes the expectation that, because these things are considered sins, consequences, failures, or punishments, the people labeled with such “blemishes” and “afflictions” should want them to end or change—even if they clearly express the opposite.
In some ways, these groups are infantilized by the assumption that if they don’t seek their own “healing” or “forgiveness,” others must lead them to it, even by force, through various forms of spiritual, physical, sexual, and psychological violence. Many religious authorities take on this role, feeling entitled to lay hands on our bodies without the need for the receiving person’s consent. Some church members “may not consent to the laying on of hands, but they might be told that accepting membership at a church implies the acceptance of its practices. This makes it difficult for those who have been victims of violence and sexual abuse to classify the acts as abuse.”
Many people who attended our workshop in the Philippines shared how it was common for family members, like their grandmothers, to take them to religious spaces where hearing people (understood as “healthy”) would pray for them to be healed from being Deaf. The same experience occurs for LGBTIQA+ people, when a heterosexual person unexpectedly approaches them to pray, with or without their consent, to cast out a demon or insist that the person recognize their sin. Unfortunately, it’s a belief that continues to be repeated and reinforced that “those who seek to exact changes in both Deaf and gay people truly believe that they are performing acts of kindness.” (Healy, 2007).
Theology that Celebrates Diversity and Affirms the Beauty in what Others Pathologize
As humans equipped for survival, our defense systems kick in when we face acts of violence and aggression. For Deaf and LGBTIQA+ people, whose very existence is often judged as a problem and have constantly been labeled as “deviant” or “sick,” feelings of loneliness and experiences of marginalization are all too common. The testimonies of the workshop participants reminded us again that spaces and people who are supposed to be the safest—such as close family members, friends at churches, and spiritual leaders—are often the ones who, despite their best intentions, end up abusing their power and violating our trust.
We knew that organizing a workshop on spiritual violence and religious abuse, especially one that included someone in religious leadership, might raise doubts for survivors and those traumatized by their past experiences in such settings. Jacobs (2019) explains that many people who have gone through these difficult experiences “feel uncomfortable returning to the space where they experienced the violence, and sometimes they may even avoid going to similar spaces, as they fear being triggered (retraumatized by the re-emergence of previous bad experiences) by a similar experience.”
The participants shared how they were surprised to see certain people at the workshop, people they hadn’t expected to attend due to their distrust of such spaces. At first, as one participant shared, the atmosphere was cautious, with everyone watching each other closely, waiting to see what would happen. Another participant said what convinced them to attend was knowing they wouldn’t be alone. This same person explained how, in many religious spaces, they often felt the need to defend themselves against acts of aggression, even when they didn’t know how to do that and protect their own vulnerability.
Receiving affirmation from a religious leader they trusted, even if they were a hearing person, compassionately allowed participants to express their willingness to try and to keep exploring their spirituality with someone who understood them—unlike other leaders who insist on enforcing heteronormativity, audism, and ableism. One participant shared that the workshop sparked their curiosity about exploring parts of the Bible they had never heard of before, such as the diversity within a divine creation that is queer and wild, and a celebration of difference that doesn’t include words like “sinner” or “damaged.”
We are incredibly grateful for the trust and openness of the FDVFOO community to share so honestly with us and expose their vulnerability. We co-created a space to talk about religion, the Bible, and Deaf LGBTQIA+ lived experiences where their identities are affirmed and celebrated. One story, which gave this piece its title, was from a participant who shared how their grandmother kept insisting on praying for them to stop being Deaf. Inside, they thought to themselves: “Lola, I don’t think your prayers are going to work this time, and I think you should accept that. I am Deaf, and I am proud to be Deaf! You should just accept it. Being Deaf and being Queer is okay!” We at Soulforce couldn’t agree more!ve towards becoming communities of affirmation, healing, and life?
References
Healy, C. (2007). Living on the Edge: Parallels between the Deaf and Gay Communities in the United States.
Jacobs, J. (2019). The Impact of Christian Churches’ Separatist Treatment of Difference on the Intersectional Identities of LGBTIQA+ and Deaf Communities in Johannesburg.McDougall,
J. (1982). Plea for a Measure of Abnormality. Published June 23, 2015 by Routledge